27 julio, 2006

Canción de cuna II



Mira mi vida, me está viviendo sin piedad. Si tan sólo vinieras una vez para arreglarla, sólo tendrías que darme cobijo cada día y olvidarme por las noches. Escúchame y resuélveme la vida, no tengo mucho tiempo; necesito otra vida para ser yo mismo, pues esta se me está acabando.
No te asustes si me oculto tras el humo de un cigarro o una ginebra, pues tengo ácido en las venas y hierba en la cabeza. Sé nadar en el desconcierto y tararear canciones sobre Alabama, sé conducir marcha atrás sin retrovisor y sé llorar el día entero.
Soy la canción más triste y la pesadilla más real. Soy como un ciervo asustado al borde del camino, confundido como un pato al que se le llena un buen día el río de barcas. Vivo asustado bajo la tormenta, noqueado por un gancho de izquierda en el mentón, traicionado por la rubia más leal. Olvidé la cordura en un colchón ajeno y frío, la decencia en algún bar de mala muerte.
Rodeado por hordas de indiferentes que me lanzan desafíos que no quiero aceptar, nada veo por delante y no quiero mirar hacia atrás, vacío a ambos lados nada más. Siluetas nítidas, sombras de lucidez, ácido, LSD, el bulbo raquídeo de la verdad atravesado por una aguja sucia, brillante como la mentira más creíble, como el absurdo más real.
Corazón con hueso de aceituna, áspero, frágil incluso cuando muerto. Y una mujer infeliz y sola, seria y callada como yo bajo mi máscara de carnaval, coraza cobarde y transparente. Campeón del mundo de contradicción, regocijándome en mi propia tristeza y soledad como el cerdo que se baña en su pocilga. Así estoy yo sin ti...

Canción de cuna I


Eres lo primero cada día. La primera imagen, la primera idea. Eres el principio, como el blues es el principio. Sencilla y triste como el blues más desgarrado. Clara y precisa como un punteo azul sin distorsión.
Te complicas con el día, con las manos alargadas de la chica del café, con las piernas de la dependienta rubia de la falda, con los ojos grandes y verdes de la chica del Dos Caballos amarillo, la media sonrisa de la mujer que me miró desde aquel taxi.
Avanza la tarde y te has vuelto un riff desgarrado y agudo como el lamento que escucho en mi cabeza. Distinta pero igual de sencilla y complicada que cuando rompió la mañana. Como el cristal que se hace trizas y lo llena todo de peligro. Resultas tan imposible de reconocer como una melodía que escucho por primera vez.
Eres lo último en la noche. El último rocanrol antes de dormir; antes de empezar a soñar que te secuestro en el Cadillac que compré para llevarte lejos. Antes de empezar a soñar con siete minutos y medio de country. Antes de querer ser la armónica que cala hasta la médula. Antes de pasar a ser Neil Young.