01 julio, 2007

Una película de Brando

Venía de fumar. Traía en la piel ese olor a caballo limpio y a aquel tabaco de liar tan raro de ver. No dijo nada. Encendió el televisor, buscó una película de Brando y hundió la cabeza en mi regazo como si fuera el almohadón más cómodo del mundo. No dijo nada. También su piel era como la de una hermosa yegua joven; morena, luminosa y agradable al tacto como un cuerpo de cuero sin curtir. "Tú no sabes quién soy", y el pelo se le enredaba descuidado entre los botones abiertos de mi pantalón. No dijo nada más durante un rato. Tomé el vaso de café de la mesita del florero, junto al sofá. Un trago largo que quise que me supiera a bourbon: "Tienes los ojos verdes y acertados, y la frente transparente. Sé leerla. Tienes un lunar en el costado y una boca ávida de sexo y de palabras. Y eres mejor aún si me emborracho. Sé quién eres, y puedo entender lo que buscas. No necesito saber nada más". Un vistazo lento, un vistazo largo para ver su cuerpo flaco y desarmado tendido en el sofá. Las piernas de café torrefacto extendidas a todo lo largo hasta el extremo contrario. Jugando con los dedos de los pies como cuando fumaba tendida en la cama, como si el humo le llegara hasta las uñas. "No necesito saber nada más". Y entonces se arrugó sobre sí misma, y se echó a llorar. "Déjalo, me mojarás el pantalón. Déjalo".