12 noviembre, 2006

De buena mañana

Caminaba absorto, las manos en los bolsillos, recordando a Jimena unos minutos antes. La veía sujetando en el aire el Ulises de Joyce con su mano izquierda, devorando un par de párrafos mientras se lavaba los dientes, con el pelo recogido y el ombligo asomando entre la camiseta y el culotte como en un pequeño bostezo del vientre. No iba, sin embargo, demasiado distraído y pude dar una zancada para sortear aquel cadáver con zapatos rojos y bufanda.

Sin demasiadas ganas de amanecer donde la Nati, giré por Viruela para tomar el pelotazo en lo de Damián y como siempre, junto a la puerta, estaba aquella vieja sentada sobre una caja vacía de naranjas con la cara pelada de frío y un mugriento cartel en las manos: “Unas monedas, por el amor de Dios, de la Virgen y de Sir William Blake. Que Lafontaine se lo pague”. Se me ocurrió preguntar por qué lloraba y me gimoteó que por la muerte de Charles Bronson, por el canto gregoriano y por las llagas en los pies del pobre don Raimundo.

Damián, un Veterano sin hielo, buenos días”, y me acordé de un gol de Pardeza y de cuando el Madrid ganó en Valladolid al contraataque. Giré el taburete tres vueltas y me miré en el espejo de la barra, entre las botellas, como creyéndome que estaba en un fotomatón. Entonces, Damián disparó cuatro veces y me sirvió mi despertador y cuatro fotos.

Lucrecia se había puesto hoy los ojos verdes, a juego con el jersey y se quejaba de que los clientes querían que les enseñara las tetas en pleno mes de diciembre antes de subir al coche, “no me jodas, que con este frío se me ponen los pezones como cascabeles, y si quiero aguantar tengo que ir de aguardiente hasta el flequillo”. Lucrecia es poetisa y de derechas, pero por las mañanas le entra lo de que es puta y hay que hacerle caso. “Damián, apúntame el brandy y el desayuno de la señora puta”. Y como cada martes Damián echando pestes y la Lucrecia tan contenta.

Hoy es día quince y el del ayuntamiento barre con las ganas de mediados de mes. Yo sigo de camino al Ministerio y me acuerdo de cuando Jimena me dijo que tener liendres era bonito y que si yo alguna vez tenía ladillas, que quería que le dejara ver alguna. Y qué le vamos a hacer, si con ese culo, Jimena puede decir lo que quiera que nadie va a rechistar. Todo lo que dice suena bien, cuando te mira con esos ojillos de querer enterarse de algo y no poder, y sólo sonaría mejor si lo dijera desde el culo, si le salieran las frases de las nalgas.

Entonces me cruzo con Corbalán y me viene a la memoria la Guerra de los Seis Días y aquel libro de fotos de Kazajstán y me acuerdo de cuando fumaba y me entran ganas. Pero Corbalán, que es médico, me mira desde el cuello del abrigo, como diciéndome que no, que es malo. Así que pienso que lo que me pasa es que estoy enamorado hasta las trancas.