28 septiembre, 2007

Siete minutos de playa

Restan pocas horas de sol y la playa está queda. Las nubes interrumpen la luz más fuerte pero aún un cono de luminosidad me apunta tendido sobre el mar con la base en su horizonte. Una mujer camina por la playa con zapatillas deportivas. Yo apoyo los brazos en la barandilla del paseo y fumo aquí por no mancharme el ante. Enciende su motor uno de los botes de pesca que se adormecen fondeados a mi derecha, pero no logro saber cuál. Al girar la cabeza por mirarlos me aparta la brisa el pelo de la cara y me levanta la solapa sobre la barbilla.
La playa es curva e inclinada y le crecen árboles casi hasta donde alcanza el agua. La mujer ha llegado al otro extremo y, con el mismo paso marcial, se dispone para otra batida. Yo me contento con observar a las gaviotas, particulares habitantes de un lugar incierto entre lo firme y lo inestable, entre lo cierto y lo insondable.

27 septiembre, 2007

Rumbo Noroeste

Es primero el amarillo. Ocres y dorados, baño de los campos de trigo llanos, casi hieráticos, bajo un Sol poderoso. Se atraviesa la quietud presente (¡Presente!) que va quedando bajo una luminosidad de vida con vetas de castigo. Castigo de oro de un Sol incontestable al que no ha podido el Hombre poner freno. Apenas asoman árboles de sombra en la explanada paciente y muda y paciente. Y muda. Algunas reses bravas, homenaje del Hombre a la casta del toro, bravo y digno, en altos de poca altura, se alzan autoritarios y altivos al pie de la autopista. Tierra es de caballeros de armadura pesada y lanza brillante al Sol. Tierra otrora de gestas y gallardías, de tragedias y muerte. Tierra cimientos de hoy y de tantas cosas aún menos importantes. Tierra de comuneros y de Iglesia. Tierra del tedio del Hombre.
Viene luego el verde. Se arruga la Tierra, sobre sí misma se repliega, y le nace un verde nuevo. Un primer viñedo en la falda de un monticulo de coníferas y arbusto. Ya no vigila el camino el animal, sino un poder mayor: las copas majestuosas de los robles. Cede el Sol su imperio a la Tierra, que se hiergue más y más según se avanza. Mas al tiempo de alzarse, se va hundiendo también, y se extiende el camino sobre altísimos viaductos, desafiantes de valles misteriosos. La luz se contenta con filtrarse sorteando las montañas, tiene el Sol función de alerta. Baja la cabeza, señal de respeto hacia la Tierra y su poder que, grandiosa en su generosidad, permite al Hombre observar callado la lección. El corazón se oscurece, rojo fuerte, al detenerse a escuchar el silencio, distinto y sepulcral, de la Tierra muda. Es el silencio furibundo del padre que fuera a golpear la mesa temblando platos y derramando cena. Bierzo de Médulas y Ancares, de pichones y guisos, de castaños y carqueixas. Conduzco sobre el reflejo de la temerosidad y la osadía del Hombre.
La plata llega entonces. Un gris luminoso y profundo de las nubes asoma sigiloso. Se equilibran las fuerzas de la Tierra y el Sol con los poderes del Viento y del Mar que reconocen el terreno con sus nubes. Nace un magnetismo que apacigua el corazón y lo mantiene alerta. Recuerda al Sol la Tierra que aquí ella ejerce su dominio, permitiendo que sus criaturas sientan su firmeza. Se disponen cúmulos y cirros -y otras nubes que me son desconocidas- borrando los límites del sol y filtrando la luz a su buen antojo. Rezuma la Tierra su vida larga y desconocida, y hay un rumor en el silencio, sin dejar de ser silencio. La lona alta, brillante y plateada trae una brisa fresca y limpìa y corre un aroma de vegeación límpida y grandiosa, veteado de gris de mar.
Olvidados el tedio y la llanura, todo sobrecoge más aquí, al final, donde la Tierra se humilla abruptamente sometida por el Mar. No se distinguen perfiles ni colores y el olor es incomprensible. Toma el océano las riendas, ofreciendo a golpe de vista una muestra de sus gracias y misterios. Hasta aquí llega el valor del Hombre. Sube la marea. Por aquí pasa, sin duda, el camino al centro de la Tierra.