15 noviembre, 2007

Feromonas

Me dices, para colmo, que con las manos atadas no puedes pintarte los labios de Raspberry Pop, pero es que cuando te desatas son tus besos Paradise Pink. Y yo, que parece que no sé más que encajar despedidas de reojo, las recibo mejor si pienso que es verdad, que la mente es física y que si no acabo un poema tampoco me voy a morir antes. Y por eso prefiero enamorarme de una chiquilla de catorce y ser amante de su madre, por lo que pudiera pasar. Porque no es agradable cuando llama a la puerta una pareja de nacionales que viene a llevarse mi cerebro electrónico y a encerrarme y que se incauten del que no es y tenga que volver a las postales y a comprarle a la estanquera sellos con el Winston. Pero es que además vendrán con esposas en el cinturón y porras para el desayuno. A mí, que sólo me sé desayunar con claras de huevo y el periódico de otro. Y como si no estuviera ya suficientemente encerrado: "Le cambio el cerebro, señor agente". Nada nuevo, porque el guripa siempre termina por llevárseme a mata caballo: "No tengo tiempo, oiga, no tengo tiempo para sus veleidades", dice uno, y: "Déjese de ligerezas", le apoya el otro, siamés y tonto. "Andando", dice el tío empujando. "Présteme su cerebro -porque su jeta ni un minuto la quiero para mí, pienso para mis adentros-; un rato al menos, haga el favor, apiádese, señor agente". Pero no hay manera, porque nunca hay manera de que ocurra nada de lo que debería. Eso, al menos, hasta el día en que te encuentren con quince cuchilladas medio mal pegadas, cielo. Porque ese día yo te habré pintado, con mis manos, los labios de rojo de verdad. Y lo haré hundiendo primero mis dedos en tu sangre espesa derramada por el bien de mi salud mental. Bonita.