16 diciembre, 2005

Domingo por la tarde

Es lo mismo estar en un país en que todos toman té y apenas saben nada acerca de lo que es un buen café. Es lo mismo. Los días siguen siendo trámites, como los domingos son un puro trámite, exactamente igual que si todos los días fueran domingo, como si siempre fueran las 18:23, esa ridícula hora insoportable. Pura espera. Se vive igual, con la misma pasiva expectación. Se vive con la misma certeza de que alguna cosa importante tiene que ocurrir más pronto que tarde, como si importante aún (o alguna vez) significara algo. Malgastando días o símplemente viéndolos pasar, sin saber bien dónde subir a ese transcurrir o para qué. Sin tener mínima pista de dónde quiere uno llegar. Es lo mismo estar en Cambridge que en Madrid y será lo mismo estar en Bruselas, Ámsterdam o París y lo mismo también estar en el aeropuerto de Eindhoven, y esperar al autobús en Valladolid será más del mismo trámite también. Vivir en una gris sala de espera por donde pasa tante gente y nunca dicen el nombre de uno. Aguantar sentado viendo a los otros llegar, esperar un rato y entrar por aquella puerta misteriosa y blanca que conduce a esa cosa tan importante. Y nunca le toca cruzarla a uno, que espera y espera y espera y espera. Y siempre es domingo y siempre son las 18:23 y siempre hay algo importante a punto de ocurrir y nunca ocurre. Y es domingo por la tarde. Igual que esta mañana y que mañana por la mañana. Siempre domingo por la tarde.