10 octubre, 2005

La habitación del servicio

La habitación es pequeña. Las paredes ocres y casi desnudas, un camastro no muy duro, una vieja mesa de estudio con cajones a ambos lados y sin mucho espacio para colocar las piernas y estar a gusto. Una pequeña mesilla y otra auxiliar que ronda por la habitación a medida que la voy necesitando aquí o allá. Dos sillones ciertamente confortables -peligroso si se quiere estudiar por la noche- y un armario más bien pequeño en el que sobra espacio para mi poca ropa. La orientación es fabulosa y las dos ventanas -lástima que no les dieran un puñado de centímetros más- regalan buenos momentos de luz durante gran parte del día.
Emma vive en la habitación de al lado. Emma estudia música: toca el piano, toca la flauta y canta. Su habitación, puerta con puerta con la mía, se podría dividir tres como la mía. Tiene un piano, un lavabo con su espejo, un par de sofás, mucho espacio, mucha luz, muchas ventanas.
La casa de estilo victoriano en la que vivo tiene tres plantas y acoge a un gran puñado de estudiantes orientales (chinos, de ahora en adelante: no consigo saber quiénes son de Japón, quiénes de China, quiénes de Malasia, quiénes de Korea), a un galés, a un polaco, a Emma de Southampton (diría yo, no recuerdo bien si me dijo Southampton), a Kate de nosedonde en Inglaterra, a un neozelandés, a Muhammad y a mí. Seguramente haya alguien más.
Somos diecinueve personas, creo recordar, y la casa tiene unos nueve baños a compartir. Kate se atrinchera cada mañana en la ducha que hay frente a mi cuarto y cuando han pasado por ella todos los de la planta superior queda llena de pelos hasta el punto de que se atasca el desagüe y se encuentra uno encharcado hasta la altura de los tobillos si trata de ducharse después que ellos. He optado por utilizar el baño de los chinos, mucho más limpio (los chinos no tienen pelo) y casi siempre libre (los chinos no se atrincheran en las duchas).
Hace un par de días descubrí la razón por la que la habitación de Emma triplica en tamaño a la mía. Cuando se construyó la casa en que vivimos, la Universidad de Cambridge iba a recibir al hijo de un jeque árabe. Se le construyó -el poder del dinero- una habitación más grande que el resto. La habitación contigua sería para su sirviente, más pequeña que el resto. Vivo en la habitación del sirviente y, sí, la cambiaría por la de mi amo, pero por ninguna otra. Me gusta mi habitación. Me gustan mis estanterías llenas de cremas, colirios y ropa sucia, mis cajones llenos de cigarrillos y tabaco de liar, mi diccionario circulando de un lado para otro, mi espejo de cuerpo entero y la luz de la mañana despertando al Clint Eastwood del póster que me apunta con un arma y que alguna vez me ha hecho sentir parte de Por un puñado de dólares. Me gusta mi habitación porque no es una habitación de chino, ni de galés, ni de polaco, ni de español siquiera, me gusta mi habitación porque yo le doy vida y porque está hecha un desastre y porque hago la cama casi siempre. Me gusta mi cuarto de sirviente.

1 Comments:

Blogger José Vega said...

Solo me queda mandarte un abrazo descomunal desde NY... sigo atentamente tus pasos, espero poder seguir haciendolo... espero que tu sigas el mio. Espero algún mail de vez en cuando...
Nos vemos en Cambridge.
Un abrazo.

6:15 a. m.  

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