Un oboe, una trompeta, un saxo alto. Un contrabajo, un banjo, una guitarra, un clavicémbalo en el metro. Trizas hechas botellas enteras, botellas de anís y de agua de Valencia. Enfermos de sida en perfecto estado de salud. Una cruz de Caravaca, un cuello de jirafa y tres hermanos ninja. Un mudo con micrófono, un ajedrez de cristal, discos para sordos. Novelas de poetas, poetas de novela, señoritas de barrio, barrios de putas y una flor negra amarrada a una cerilla. Un tipo manco que se pone un calcetín, una rosa de verdad, cinco ojos verdes y amarillos. Veinte jugadores sin equipo, domadores de leones, pilotos de carreras, carreras de pilotos. Una voz un poco punk, unas botas militares y un sintetizador de los noventa. Azafatas bizcas, enfermeras guapas, comedores de monjas y bancos de semen. La generación espontánea, simbolistas que hacen pedorretas, sudoraciones excesivas de guarda de garaje. Sinestesias, fósforo, metáforas, tacto, piel de lobo y un rollo de hilo conductor. Anfetaminas, tés verdes y tequieros. Estas cosas -y otras- son el mundo.